Llevo unos días que no dejo de usar la energía del viento en el huerto y eso que no tengo un parque eólico, que ahora están tan en uso. Desde muy antiguo ha sido el viento aliado de muchas de las tareas que se han realizado en los campos en verano sobre todo en relación con la limpieza de la cosecha.
Ya os he hablado de cómo lo he usado para limpiar las legumbres, pero su uso no se limita a las mismas sino que lo seguimos empleando cuando hablamos de otras muchas semillas tales como el centeno, la espelta, la cebada, el lepidium, el lino, las espinacas, las berzas y otras crucíferas, el girasol, …
El viento en el verano no es tan frecuente como parece y suele presentar una intensidad muy irregular. Usar el viento implica estar pendiente de cómo sopla la brisa y dejar otras tareas apartadas cuando se mecen las hojas de los árboles. No nos interesan vientos intensos que arrastren las semillas. Su fuerza está en relación directa con el peso de las semillas, así las semillas pequeñas como el lino necesitan las brisas más suaves mientras que cuando llegamos a semillas más grandes como las del centeno o las semillas del girasol necesitamos que haya vientos con algo más de intensidad para ayudarnos a separar el grano de la muña.
Nuestras parvas son pequeñas, la necesidad de aventar nuestro muelo no dura mucho tiempo, pero en todo este tiempo es necesario buscar un lugar despejado, un poco en alto, para recibir todos los vientos y podernos girar según se mueva el aire. Necesitamos un par de capazos y emplear debajo una manta costalera que nos permita recuperar la semilla caída si esta se escapa de donde van quedando las que ya están limpias. Se va trasegando nuestra parva de un capazo a otro hasta que el muelo reluzca de limpio.
Tras ello lo de siempre: asegurarnos que la semilla esté bien seca, etiquetar y envasar. El almacenaje en lo posible en un lugar seco, fresco y a oscuras. Ya están las semillas listas para un nuevo comienzo.©