Uno de los arbustos más frecuentes en la zona donde está el huerto es el rosal silvestre, también conocido como escaramujo. Esta especies es llamada también Rosa canina.
Es un rosal de gran rusticidad y resistencia que se adapta bien a este suelo y al clima. Pertenece a la familia de las Rosáceas y se caracteríza por sus tallos erectos cargados de espinas que pueden llegar fácilmente a alcanzar los tres metros de longitud, sino más, frecuentemente enredados y entrecruzados creando una masa difícil de superar.
Desarrolla el rosal en esta época un volumen considerable de flores, rosas de cinco pétalos de color blanco rosado, sencillas y espléndidas en esa sencillez, con numerosos estambres que favorecen su polinización y permitirán la aparición de los frutos: los escaramujos.
Es el rosal silvestre un arbusto que frecuentemente rebrota en la finca, pues no hay que olvidar que estuvo durante muchos años dedicada al cultivo de chopos, y más tarde con sus tocones, por lo que los rosales desarrollaron una poderosa cepa que se resiste ahora a morir.
Cansados de pelearnos con algunos de ellos, decidimos hacer de la necesidad virtud y aprovechamos para probar que tal tipo de seto vegetal podían llegar a desarrollar estos rosales entrecruzamos algunas de sus ramas por una zona de la valla y el resto lo ha hecho el mismo rosal, que se ha extendido con fuerza, y al mismo tiempo de momento en un desorden controlado, que si se emplea con habilidad puede cerrar el terreno de forma muy compacta.
La intención es la de permitir una cierta densificación del seto, conservando los escaramujos que desarrolle, pues son un recurso para muchas especies de aves en invierno, o para nosotros mismos y podando aquellas ramas que se aparten de la estructura en la que queremos que esté colocado. ©